Mi mundo tiene poquitos amigos

Hace ya unos meses hice esa reflexión, cuando una amiga me mandó a decir con otra persona que estaba esperando un hijo. Una bella noticia que no fue capaz de compartir personalmente porque «no sabía cómo yo iba a reaccionar». Y la verdad no entendí mucho el recado, me enojé y mi cabeza se llenó de preguntas: ¿Es que acaso hice alguna vez un numerito del tipo «maldita liseada» cuando estaba con ella? No. ¿Le transmití la idea de que estaba en campaña para ser madre y que sin eso, mi vida no tenía sentido? No. Y lo más triste también apareció en mis pensamientos cuando meditaba sobre todo este asunto: si todo lo demás fuera cierto y me caracterizara por tener un carácter explosivo, era claro que ella no quería pasar el mal rato conmigo. Para eso estaba quien me estaba transmitiendo el recado.

Y ahí me cayó la teja, como decimos en Chile. Era obvio que NO éramos amigas. Cinco años de buenos momentos y reuniones esporádicas solo nos hacían muy buenas conocidas.

Admito que el descubrimiento dolió un poco. Sin embargo, eso era lo real y pasé de cuestionarse porqué esa persona no me valoraba como debía para preguntarme lo siguiente: ¿Qué he hecho yo por ella? ¿qué he dado para esperar tanto a cambio? Pensé en ello y la balanza tampoco iba a mi favor: no la llamo para su cumpleaños, no nos juntamos regularmente para conversar, no la fui a visitar cuando estuvo enferma, no la encaré porque no fue capaz de contarme que sería madre. Conclusión: me he ganado muy bien el lugar de conocida en su vida.

Desde entonces, me cuesta ocupar la palabra «amigo(a)». La guardo cuidadosamente para un selecto grupo de cinco personas y la omito para los demás. Después de sopesar bien lo que significa una amistad, no me siento en el derecho de definir a alguien como amigo solo por congeniar con él/ella o compartir un interés en común. Y con esto, no me refiero a que los demás tengan que conquistarme o pagar una deuda pendiente conmigo, sino todo lo contrario: si me lleno la boca con que eres mi amigo (a), también tendré que llenar tu vida con las experiencias que definen una verdadera amistad.

Mi mundo tiene poquitos amigos, hartos conocidos que son muy buenas personas y otros tantos individuos que la verdad apenas conozco. Parece un cliché, pero con el tiempo he comprobado que los malos momentos sí revelan a los buenos amigos. Cuando estuve cesante, cuando estuve enferma o confundida, ahí aparecieron los amigos para tenderme la mano que espero poder devolver cuando llegue el momento.