Hace ya unos meses hice esa reflexión, cuando una amiga me mandó a decir con otra persona que estaba esperando un hijo. Una bella noticia que no fue capaz de compartir personalmente porque «no sabía cómo yo iba a reaccionar». Y la verdad no entendí mucho el recado, me enojé y mi cabeza se llenó de preguntas: ¿Es que acaso hice alguna vez un numerito del tipo «maldita liseada» cuando estaba con ella? No. ¿Le transmití la idea de que estaba en campaña para ser madre y que sin eso, mi vida no tenía sentido? No. Y lo más triste también apareció en mis pensamientos cuando meditaba sobre todo este asunto: si todo lo demás fuera cierto y me caracterizara por tener un carácter explosivo, era claro que ella no quería pasar el mal rato conmigo. Para eso estaba quien me estaba transmitiendo el recado.
Y ahí me cayó la teja, como decimos en Chile. Era obvio que NO éramos amigas. Cinco años de buenos momentos y reuniones esporádicas solo nos hacían muy buenas conocidas. Sigue leyendo